El 3 de febrero es el día San Blas, mártir que subió al Cielo en el año 316.
Médico y a la vez sacerdote, fue Obispo de Sebaste, en Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus, que convirtió en la sede episcopal. A inicios del siglo IV se decretó la persecución contra los cristianos dentro del Imperio Romano y Blas fue víctima del odio a la fe.
Se trataba ya de la última persecución cronológica, ya que en 313 tuvo lugar el Edicto de Milán.
Blas fue invitado a renegar de su fe para salvar la vida, pero no lo hizo y fue primero encarcelado. Tenía el don de sanación, sobre todo de males de garganta, y siguió sanando a varios presos en la cárcel.
Los carceleros, irritados, lanzaron a Blas a un lago para que muriese ahogado pero se puso a caminar sobre las aguas como Jesús, e instó a los verdugos a que fueran tras él.
Así lo hicieron y se hundieron al tratar de apresarle.
Un ángel se le apareció y le pidió que volviese a tierra, lo cual hizo de inmediato.
Apresado de nuevo, fue ahora torturado atado a un poste y aún así no apostató sino que se mantuvo firme en la fe.
Finalmente fue decapitado.
Se añade el dato curioso de que Armenia, la patria de Blas, fue el primer país oficialmente cristiano del mundo, antes de que Roma adoptase oficialmente el catolicismo como religión de Estado.
San Blas, sanador de cuerpos y de almas, intercede por nosotros.
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